A mediados del siglo XVI, Felipe II y su arquitecto real, Juan Bautista de Toledo, transformaron las llanuras de inundación del Tajo y del Jarama en un enclave donde se plasmaría de manera excepcional una visión única del mundo tal y como lo entendía el hombre renacentista. Esta intervención decisiva determinaría el futuro de Aranjuez durante más de cuatrocientos años, convirtiéndose en el paradigma español de “paisaje cultural” por las especiales características de su trazado territorial en compleja interacción con el medio físico.