En 1910, la opinión pública española fue conmovida por una serie de acontecimientos que tenían como protagonista a un profesor prácticamente desconocido en los círculos intelectuales de la época. Enviado a América por su universidad con el propósito de trabar acuerdos regulares de intercambio con las casas de altos estudios argentinas, uruguayas, chilenas, mexicanas y cubanas, su éxito rebasaría la esfera académica para impactar en la sociedad civil y el mundo político. En efecto, Altamira no sólo dictaría cátedra y obtendría doctorados honoris causa, sino que pronunciaría decenas de conferencias en sociedades obreras y de educación popular, sería recibido por ministros y jefes de Estado y tendría presencia cotidiana en la prensa.