El 21 de mayo de 1950 un terremoto de gran magnitud destruyó la ciudad de Cusco. Aunque menos conocido que otras catástrofes similares, el seísmo tuvo una enorme importancia para la configuración del paisaje urbano y para las relaciones internacionales del Gobierno peruano. La reconstrucción suscitó fuertes debates sobre el estilo que debía tener el nuevo Cusco. En ellos confluyeron utopías urbanas racionalistas, proyectos de modernización y una incipiente conciencia patrimonialista, junto con las aspiraciones de los grupos medios emergentes y de los sectores indigenistas, que aspiraban a recuperar el pasado prehispánico de la ciudad. El terremoto anudó tendencias y procesos que ya estaban en curso en los campos económico, social, político e ideológico. De ahí que el análisis detallado de lo ocurrido entre 1950 y 1953 permita aproximarnos de manera transversal a un periodo crítico de la historia peruana, cuando el país se hallaba en plena transformación. En el ámbito interior peruano, el terremoto supuso una oportunidad para una nueva generación de arquitectos-urbanistas, empeñados en convertir Cusco en un ejemplo de ciudad moderna y funcional, racionalmente planificada. En el ámbito exterior, abrió la puerta para la cooperación internacional y para los recién creados organismos del sistema de Naciones Unidas. Fue escenario de la primera misión de asesoría de la Unesco, recibió misiones estadounidenses, argentinas y de otros países, y tuvo un inesperado papel en la reinserción internacional del franquismo.