El “mundo” no es el universo físico ni uno de sus planetas sino la historia del hombre y su destino. Es la presencia humana la que le abre al universo un espacio nuevo que es un dentro al que volver, un a través para el salir y una cima o altura donde el mundo comparece elevado a categoría de concepto y de ofrenda. El mundo es, pues, el espacio abierto –el cabe– por la presencia humana. Pero la presencia del hombre en el mundo se consuma en el presente temporal habitado cumplidamente solo cuando el hombre se hace un presente a sí mismo y al mundo en y mediante lo que hace en él (el trabajo como existenciario). Así pues, para estar presente en el mundo hay que hacer de uno mismo (y del mundo) un presente. Tanto la libertad, como la sexualidad y la propiedad (los radicales antropológicos) tienen la dinámica interna del ofrecimiento, del presente, en todos sus sentidos. Y de ahí que la presencia cumplida sea, por una parte, la síntesis lograda de esencia y existencia, y de otro, la consumación simultánea de la existencia y del mundo.