Hay quienes piensan que la religión está en franca decadencia; otros piensan que ha vuelto con fuerza para quedarse; pero casi todo el mundo está de acuerdo en que, en algún momento del pasado siglo, desapareció de la cultura pública de Occidente. Para William Cavanaugh, sin embargo, la religión no se ha ido nunca a ninguna parte: estrictamente hablando, nunca ha existido tal cosa como la secularización, nunca ha existido separación entre política y teología. Lo que realmente ha presenciado la modernidad ha sido la transferencia de lo sagrado desde la Iglesia hasta el estado-nación. En otras palabras, la secularización no es secularización, sino idolatría. En Migraciones de lo sagrado, Cavanaugh explora los orígenes, la liturgia y la escatología de la moderna idolatría al estado-nación (y al libre mercado). Al mismo tiempo, anima a los cristianos a resistirse a esta y otras formas de idolatría (incluyendo la idolatría a la propia Iglesia), a abandonar la noción de que el estado-nación es inevitable, a renunciar a sus promesas de comodidad y salvación, a adoptar formas radicales de pluralismo político que trasciendan las fronteras nacionales y favorezcan las comunidades locales, y a aferrarse a una teología de la encarnación que impregne todos los aspectos de la vida cotidiana y de la cultura.