Los relatos que integran El equilibrio de las cosas tienen un rasgo común: sus protagonistas son adolescentes, están inmersos en esa etapa de la vida en la que la inocencia infantil se ensombrece y es progresivamente reemplazada por una visión más suspicaz, menos confiada, de la realidad. El adolescente, que va descubriendo su identidad conforme transcurren los años, se subleva contra las autoridades que el niño que fue reconocía y empieza a formularse preguntas que lo conciernen existencialmente: ¿por qué estoy aquí? ¿Para qué he venido al mundo? ¿Qué debo hacer con mi vida? El autor se adentra en esta edad brumosa de la adolescencia y nos regala un racimo de relatos en los que se percibe tanto un arrollador talento narrativo como una formidable capacidad para la introspección. De hecho, cuando termine de leer El equilibrio de las cosas, el lector concluirá que Carlos Marín-Blázquez conoce bien las esperanzas, las inquietudes, los miedos propios del adolescente y envidiará ―sí, esto también― su habilidad para plasmarlos en el papel como quien se dedica a coser y cantar.