Atizadas y capitaneadas por cristianos sedientos de sangre, y para contento y beneficio de cristianos codiciosos, las guerras se han ido sucediendo como si Cristo no hubiera nacido y los evangelios no se hubieran escrito. Tal vez haya pasado algo por alto, pero no sé de ninguna nación cristiana ni de ningún líder cristiano de cuya conducta pudieran inferirse las enseñanzas de Cristo. Uno no puede ser consciente a un tiempo de la historia de las guerras cristianas y de los contenidos del evangelio sin tener la sensación de que ha habido un terrible malentendido. Uno se ve empujado a pensar que, en aras de la honestidad, los cristianos deberían, o bien renunciar a la guerra, o bien renunciar a llamarse cristianos. Una forma de ver hasta qué punto los cristianos beligerantes se han desviado de las palabras de Cristo es elaborar una lista, como la que se ofrece en las páginas siguientes, con los pasajes del evangelio en los que Cristo aborda explícitamente asuntos como la guerra, el perdón, la compasión y la paz… He incluido también, en cursiva, los dos pasajes que los intérpretes laxos podrían entender como una justificación de la guerra: Mt 10, 34-37 y Lc 22, 35-38. En ambos casos Cristo utiliza la espada como metáfora de las divisiones que preveía como resultado de su enseñanza y su ejemplo. Si los cristianos beligerantes desean entender estos pasajes literalmente, deberán explicar por qué Cristo habla solamente de “una” espada, en el primero, y de “dos espadas”, en el segundo. Es evidente que no estaba reclutando un ejército. Los muchos otros pasajes aquí reunidos refutan la validez de las justificaciones habituales de la violencia, oficial o no. …Para un puñado de irresponsables y atolondrados adoradores de Dios tal vez esté bien obedecer los mandamientos de Cristo, pero en asuntos prácticos e importantes tales como la guerra y los preparativos bélicos, es mejor obedecer al César. De este modo, los cristianos obedientes al César se han metido de lleno en un absurdo que les resulta tan irresoluble como ineludible: la idea de que la guerra puede ponerse al servicio de la paz, de que uno puede ganar aliados para el amor odiando y matando a los enemigos del amor. Semejante proyecto no ha tenido éxito jamás, y su fracaso jamás ha sido reconocido, lo cual es un absurdo aún mayor. Que el mundo haya sobrevivido por el momento a este absurdo se debe a la relativa pequeñez que hasta hace poco ha caracterizado a la escala de la guerra, así como al relativo grado de control que hasta ahora ha caracterizado incluso al armamento más destructivo. Pero la balanza de la practicabilidad está hoy calibrada de un modo distinto… Cristo nos dijo cómo sobrevivir cuando respondió a la pregunta ¿quién es mi prójimo? En el capítulo diez del Evangelio de San Lucas cuenta la historia de un samaritano que cuidó de un judío que había sido gravemente herido por unos bandidos. Como sabemos por el capítulo precedente, en el que los discípulos sugieren algo parecido al bombardeo de una aldea samaritana, los samaritanos y los judíos eran enemigos. Para darle a la historia un tono actual y entender así la respuesta de Cristo, hemos de aplicarla a cualquier otro par de enemigos: fundamentalistas cristianos y fundamentalistas musulmanes, palestinos e israelíes, captor y prisionero. Y he aquí la respuesta: tu prójimo es cualquier persona que sufre y necesita tu ayuda” (Wendell Berry, “Introducción”, pp. 6-8).