El diario de Pedro Miguel no es una autobiografía, ya que sólo recoge los tres últimos años de su vida, sino que más bien se le podría titular -y seguro que él mismo lo aceptaría como el título más adecuado-: “Pequeña historia de una conversión”, pues describe también, día a día, el proceso de su conversión a Dios que, en tres años, llegó a una profundidad envidiable para cualquiera de nosotros. (…). Pedro vivía en una actitud de ofrecimiento de su vida a Dios y no lo hacía solamente como reparación de su desordenada vida pasada, sino que era muy consciente de sus impotencias humanas y espirituales y, cuando salía el término “reparación”, él siempre decía con toda naturalidad: “¡Con qué puedo reparar yo, si no puedo por mí solo tenerme en pie! Lo mío es dejarle a Dios que construya su obra, aprovechando también mis ruinas”. Dios no defraudó su esperanza.