Aunque, movidos por intereses puramente pragmáticos, muchos investigadores en inteligencia artificial no se preocupan de si lo que hacen sus máquinas debe ser llamado inteligencia simulada o inteligencia real, la cuestión es demasiado importante como para despacharla de un plumazo por la vía de la praxis, al mismo tiempo que se la desprecia como asunto exclusivo de los filósofos. Ciertamente, como ha dicho Daniel Dennett, «la IA es, en gran medida, filosofía. A menudo está directamente involucrada en preguntas filosóficas inmediatamente reconocibles: ¿Qué es la mente? ¿Qué es el significado? ¿Qué son el razonamiento y la racionalidad? ¿Cuáles son las condiciones necesarias para el reconocimiento de objetos en la percepción? ¿Cómo se toman y cómo se justifican las decisiones?». Pero ¿quién puede obviar el carácter crucial de esas preguntas? Además, los presupuestos sobre los que la IA se apoya (especialmente en su versión fuerte), envuelven interrogantes pertenecientes también a otras ciencias (las neurociencias y la antropología, de modo particular). Y las implicaciones derivadas de la respuesta que uno dé tienen consecuencias de muy diversa índole (antropológicas, epistemológicas, éticas, sociales, religiosas etc.,) que no pueden ser dejadas a un lado. Desde una perspectiva expositiva y crítica, este trabajo intenta arrojar algo de luz sobre esta temática, a la vez que apunta las prospectivas hacia las que parece dirigirse el futuro de las tecnologías «inteligentes» y su influencia en la visión que el ser humano tiene de sí mismo.