¿Quién no ha visto la película Un hombre para la eternidad (1966) premiada con seis Oscars? En ella se narran los últimos años de Tomás Moro, el gigante humanista y hombre de leyes, que fiel a su conciencia no se doblegó al capricho del rey Enrique VIII. Además, defendió la libertad de la Iglesia frente a la injerencia indebida del Estado. Mantuvo su auténtica libertad adherida a la verdad y prefirió tener que recorrer, no por gusto propio, la senda del martirio. Ello no fue obstáculo para que viviera «su intensa vida pública con sencilla humildad, caracterizada por el célebre "buen humor", incluso ante la muerte» (San Juan Pablo II). «A man for all seasons» (Un hombre para todas las épocas), es el título sobre el que se basaba el guión de la película, escrito por el dramaturgo agnóstico Robert Bolt, que tomó prestadas las palabras de Robert Whittington (1520): «Moro es hombre de la inteligencia de un ángel y'de unflglBlf conocimiento singular. No conozco a su par. Porque ¿dónde está el hombre de esa dulzura, humildad y afabilidad? Y, como lo requieren los tiempos, hombre de maravillosa alegría y aficiones, y a veces de una triste gravedad. Un hombre para todas las épocas» Moro fue «buen servidor del rey, pero primero de Dios».