Paul Beauchamp ha ensayado en este libro un método de lectura que mantiene la tensión entre el libro y el hombre. De una parte, el lector y su deseo; de otra parte, el libro abierto, ofrecido a la interpretación. La alternancia del día y la noche nos remite enseguida a la alternancia, experimentada en la vida, entre tiempos de consolación y de desolación, entre tiempos de súplica y de alabanza: la noche remite a la oscuridad; el día a la luz. Reconocemos en los salmos esta alternancia que va a ser tan productiva en la interpretación de Beauchamp. Los salmos, de hecho, aparecen porque en la vida del hombre se da una interrupción: la noche deja paso al día (“…y fue una tarde, y fue una mañana: el día primero”), la súplica deja paso a la alabanza. En los salmos el hombre aprende a meditar la Torá del Señor “día y noche” (Sal 1,2).