Un día no datado de mi juventud... creí descubrir que el relato de Pinocho contenía ciertamente un anuncio, pero no, como había pensado hasta ese momento, un ambiguo mensaje moralista y exhortativo: más que sugerir las reglas de comportamiento, el libro desvelaba la verdadera naturaleza del universo; no me decía por sí mismo y en modo directo qué debía hacer, sino que narraba sin incertidumbres la historia del mundo y del hombre; no pretendía aconsejarme; más bien se ofrecía empáticamente a ayudarme a comprender. Bajo el velamen de la fábula, aparecía una doctrina nítida y definida, que los humildes han conocido y amado desde siempre. Más allá del encaje de los eventos narrados, y en apariencia perfectamente gratuitos, entreveía la visión de las cosas más alta y más popular... que se haya ofrecido nunca a la mente del hombre. Pinocho trata sobre la ortodoxia católica: he aquí la hipótesis que me iba persuadiendo poco a poco y me devolvía una lectura pacificada y gratificante de esta obra extraordinaria.