Es de sobra conocido el hecho de que la actividad apostólica de Santo Domingo estaba sólidamente cimentada en su vida de oración. En la naturaleza mientras viajaba, en la necesidad o el sufrimiento de las personas, en las celebraciones... en cualquier lugar y circunstancia nuestro padre era capaz de contemplar el rostro de Dios, pero esta experiencia se intensificaba en la intimidad, de un modo especial ante la cruz del Señor.