En la persona de Jesús de Nazaret lo encontramos todo: ¡él, en su carne, es mi maestro, mi amor, mi guía, mi consuelo, mi hermano, mi Dios, mi todo! Jesús resucitó y vive con su carne gloriosa, pero en sus años de vida en carne mortal nos mostró cómo es. Y sus hechos —palabras, gestos, gritos, cansancios, gustos…— nos han llegado en un libro. ¡Qué importante es que demos una y mil vueltas a cada pasaje que nos cuenta, hasta ser capaces de imaginarnos sus reacciones, su ceño fruncido o sus hoyuelos en las mejillas, la tensión en sus músculos o su sonrisa esforzada! O mejor: ¡qué importante es revolcarnos en cada suceso de su vida, hasta que nos caiga bien! Sí: estamos convencidos de que en el principio de toda relación humana se encuentra el sencillo hecho de «caerse bien». Pero este libro no se queda en su contenido informativo: si el corazón abre sus páginas desde la fe, experimentará cómo Dios se le revela en el Evangelio, se le da a conocer, se le entrega y se le hace presente en su Palabra. Pero esta vida y presencia no es obra de la letra escrita —que es, como todas, tinta sobre el papel—, sino que es obra del Espíritu de Dios que la hace viva en nuestro corazón, nos habla con las palabras leídas y luego se nos presenta por ellas, con ellas y en ellas. En la Palabra, Dios está delante de nosotros, no como un texto de enseñanzas, sino como una Presencia. Ojalá leer lo que nos cuenta este joven médico permita que nos caiga bien Jesucristo hombre, y nos lleve a ponernos en su Presencia.