El tango ha sido en Alemania una invasión pacífica. Un grupo de exiliados argentinos, hijos de inmigrantes, se reúnen todos los viernes para ir a bailar tango y nunca lo logran.
En el tango mueren los débiles; se ama con tragedia bajo la niebla; las mujeres ya no creen en nada, pero siguen el ritmo y no pierden el paso, porque de ellas son las melodías más bellas de todos los tiempos, también el dolor y la reposición de la vida. ¿Cómo se siente un argentino lejos de la patria, entre el muro del exilio y otro de cemento? Son locos o simplemente idiotas que abandonaron llorando la patria.
Los salones de Berlín... ¿qué tienen de semejanza a los de Buenos Aires? Estos tangueros alemanes, hombres y mujeres, ¿tienen en su conciencia grabada la psicopatología de la historia de las dos guerras mundiales en su neurótica memoria? ¿Se percatan de que entran a un mundo de idiotas que cada noche giran y giran dando vueltas en los salones y sobre sí mismos, en la semioscuridad, hasta marearse por el odio al pasado que nadie quiere repetir? ¿Será verdad que, para su felicidad, bailando tangos, han encontrado en su ritmo una nueva identidad?