Las palabras del Decálogo son las únicas que Dios escribe de su puño y letra (cf. Ex 31,18; 32,15; 34,1; Dt 4,13; 5,22; 10,12); las que quedaron guardadas en el Arca de la Alianza que transportaba Israel (cf. Dt 10,13); son palabras que valen para entrar en la vida eterna (cf. Mt 19,17). ¿Cómo comprenderlas? ¿Cómo vivirlas? «Por el Decálogo, Dios preparaba al hombre para ser su amigo y tener un solo corazón con su prójimo [...]. Las palabras del Decálogo persisten también entre nosotros (cristianos). Lejos de ser abolidas, han recibido amplificación y desarrollo por el hecho de la venida del Señor en la carne» (CEC 2063). El Decálogo no es un simple cúmulo de preceptos traídos más o menor al azar, sino que está estructurado de suerte que un mandamiento llama enseguida a otro, como dice St 2,10: «si incumples uno, te haces reo de todos». El Decálogo tiene también una historia de reinterpretaciones que este libro trata de explorar y hacer provechosas para la vida.