En el prefacio de sus Fisonomías de santos, publicadas originariamente en 1875, Hello nos advierte del error típicamente moderno de concebir launidad como uniformidad e igualitarismo. Así, en efecto, es la unidad que predica nuestra época, la unidad totalitaria que anhela la globalización, la unidad de hormiguero que anhela el demonio. La unidad querida por Dios es exactamente la contraria: es la unidad que respeta y propicia las diferencias de los hombres y los convoca a una misma fe, que de este modo se convierte en auténtica amalgama espiritual, sin destruir su diversidad. Y como ejemplo de esa unidad en la diversidad que Dios quiere para su Iglesia nos propone el ejemplo de los santos, que no son figuras de cera vaciadas en el mismo molde, sino personas muy diferentes en su naturaleza, en quienes Dios actúa de los modos más variopintos (¡y hasta peregrinos!), como el viento sopla sobre los campos, a veces como una caricia, a veces como un azote. Y es que —como el propio Hello nos explica— las gracias que reciben los santos, aun siendo del mismo género, cambian de forma, de carácter, de aspecto y de lenguaje según la naturaleza humana de quien las recibe» (Juan Manuel de Prada).