“Nuestro tiempo es un tiempo de prueba; es más difícil vivir como una persona consagrada en el mundo actual”. La dificultad para vivir la fidelidad y la disminución de las fuerzas en la perseverancia son experiencias que, ya desde sus orígenes, pertenecen a la historia de la vida consagrada. La fidelidad, a pesar del oscurecimiento de esta virtud en nuestro tiempo, está inscrita en la identidad profunda de la vocación de los consagrados: está en juego el sentido de nuestra vida ante Dios y la Iglesia. La coherencia de la fidelidad permite apropiarse y volver a conquistar la verdad del propio ser, es decir, permanecer (cf Jn 15,9) en el amor de Dios.