Ante tantos males compartidos es el momentum del bien común, que no es suma de bienes particulares, sino concurso de todos sobre lo que a todos concierne y por todos debe ser promovido. Su sujeto es el conjunto de actores de la sociedad, donde se incluye el Estado. Llama al desarrollo integral y sostenible, e implica todos los niveles de la vida social desde el local al global, pasando por el nacional. Cuando faltan las instituciones políticas responsables, como ocurre a nivel mundial, es muy difícil de promover, aunque no menos necesario. Halla fundamento en una antropología relacional como la comprensión cristiana de la dignidad humana, base de los derechos y deberes fundamentales sin los cuales no hay bien común. Hoy el papa Francisco pone a la política ante el reto de construir «pueblo» con todos, sin descartes, sin exclusiones de los que no pertenecen al propio grupo, y superando lógicas tecnocráticas, populistas o neo- liberales. El bien común se convierte en horizonte de discernimiento hacia un mundo abierto, diverso e integrador de los más débiles, desde el cual se pueden articular las diferentes esferas de bienes sociales, disponer la tecnología al servicio de la persona, trabajar por una cultura del encuentro y enfocar certeramente la educación.