Dar de comer al hambriento; Dar de beber al sediento; Vestir al desnudo; Dar posada al peregrino; Redimir al cautivo; Visitar y cuidar a los enfermos; Enterrar a los muertos. Enseñar al que no sabe; Dar buen consejo al que lo necesita; Corregir al que yerra; Perdonar las injurias; Consolar al triste; Sufrir con paciencia los defectos del prójimo; Rogar a Dios por vivos y difuntos. La moral cristiana no puede olvidar a Jesucristo. Una presentación puramente negativa de la moral cristiana ignora con frecuencia su constitutiva orientación positiva. Jesús no es Catón. No puede ser imaginado como un implacable fustigador de vicios. Con su misma presencia, con sus gestos y palabras, Jesús revelaba el rostro misericordioso de Dios y ofrecía a las gentes la posibilidad de vivir sabiéndose y sintiéndose amadas por Él. Esa certeza de ser objeto del amor de Dios ha de generar un dinamismo ético marcado precisamente por el amor, es decir, por el ejercicio de la misericordia.