El planteamiento del problema del conocimiento, que por ser específicamente filosófico es tan viejo como la mismo filosofía, no ha variado a lo largo de los siglos. Sin embargo, la aparición y el desarrollo de los sistemas científicos modernos -particularmente la física- han impuesto la obligación de reelaborar el concepto mismo de experiencia y, con ello, han tocado en su raíz al mismo concocimiento. Lo que Kant entiende por experiencia no es lo mismo que entendía Aristóteles; el neopositivismo moderno aún ha restringido más este concepto. La obra se abre con un resumen histórico en que se recuerdan las diversas tendencias opinantes sobre el tema para someter luego a revisión, en la primera parte, el escepticismo, el racionalismo y el idealismo. En la segunda parte, que el autor llama descriptiva, se nos da cuenta del sentido de las nociones del conocimiento, verdad, certeza, evidencia, error, etc., diferenciándolas bien de las de homónima terminología, pero de distinto sentido, usadas sobre todo por el idealismo kantiano. Finalmente, en la tercera, trata ya en concreto de los casos en que el espíritu se pone en contacto con lo que trasciende y se encuentra fuera de él. El análisis de la sensación, de la reflexión, de la abstracción, de la afirmación y de la inducción verifica esa realidad concreta.