Se atribuye a Marcel Proust aquella frase de que “el verdadero viaje de descubrimiento empieza con una nueva mirada”. Eso es lo que propone este libro, una nueva mirada sobre la enseñanza universitaria, una mirada cariñosa y creativa construida con decodificadores artísticos. Oser y Baeriswyl (2001) propusieron la metáfora de las coreografías como una de esas nuevas miradas que nos podrían permitir reimaginar la enseñanza desde parámetros tomados del mundo de la danza. Cabalgando a lomos de esa metáfora hemos revisitado, como se dice ahora, la Educación Superior. Y lo que en ella se ve desde mirador artístico es un escenario en el que un conjunto de instancias y sujetos actúan en simultáneo como coreógrafos y bailarines. Las instituciones de Educación Superior actúan (danzan) en el marco coreográfico que les marcan las leyes y las políticas académicas y a su vez diseñan la coreografía en la que danzarán los docentes quienes, como coreógrafos, marcarán, a su vez, la coreografía en la que deberán danzar sus estudiantes. Y estos últimos, aunque son básicamente danzarines, han de tener, también, la posibilidad de rediseñar para ellos mismos aquella coreografía de aprendizaje que favorezca más su capacidad creativa. En esa mirada artística sobre la Educación Superior hay un principio que resulta clave: el arte, tal como aquí se entiende, es un juego de equilibrios entre lo establecido (la coreografía) y la expresión individual del artista (la danza). La coreografía es necesaria para evitar el caos, pero no puede sofocar, no puede convertirse en un corsé o un protocolo a seguir de forma mecánica. Las normas coreográficas deben propiciar la singularidad y creación de cada artista, no anularla. El arte se vincula a la creación y sin libertad para crear no hay arte. Ni educación.