El dolor es un ingrediente de nuestra vida: es inútil pretender eludirlo. La existencia humana es-tá “entrecruzada”, si bien en unos más que en otros. El dolor se puede “digerir” si lo contemplamos desde la sabiduría y el testimonio de Jesucristo, que lo experimentó hasta el martirio. En Él en-contramos suficiente elocuencia para ser solución y no quedarnos en el lamento estéril. Se comprenden las quejas y los cuestionamien-tos, sobre todo cuando las heridas sangran. Pero Jesucristo confió siempre en el triunfo de la vida. Este libro lo refleja con claridad y lo acerca con eficacia al lector. Por eso, ahora estamos más se-guros de que con Cristo podemos tener otra mi-rada y responder con otra decisión a esta realidad vital que nos afecta a todos.