María fue predestinada a ser la Madre de Jesús, el Mesías Redentor. Una corazonada de Dios pen-sando también en nosotros: realmente hijos de Dios e hijos de María. Siendo distinta y ejemplar, María no fue un ser diferente. Fue una humilde aldeana, esposa y ma-dre de sencillos carpinteros en un pueblo insigni-ficante de Palestina. En todo fue semejante a nosotros, salvo en el pecado; y, eso sí, con una gran pasión vital: irradiar la ternura maternal de Dios. Pero no todos tienen esta concepción de María. Quizá sea debido a que les han presentado otra imagen y no la que ofrecen los textos evangéli-cos. Sin embargo, la María auténtica es la que revela el Evangelio: mujer abierta al Espíritu, llena de gracia, creyente, orante, fuerte, fiel, discreta, corredentora, un orgullo para Jesús, ejemplo para la Iglesia desde la primera comunidad cristiana. En verdad, María es modelo de valores humanos y evangélicos. Hoy, que tanto se habla de la edu-cación en valores, tenemos en ella un espejo en el que mirarnos y una personalidad virtuosa a la que parecernos.