Los Salmos pueden considerarse como la fuerza y el alimento que Dios da al hombre. El mismo alimento con el que se fortalecía el Señor Jesús. Como dice el concilio Vaticano II, los Salmos hacen siempre referencia a Jesucristo y también a la Iglesia, es decir, a cada creyente, a cada persona que busca a Dios.