El papa Francisco, en respuesta a las peticiones del pueblo de Dios, instituye con esta Carta apostólica el Domingo de la Palabra de Dios, que se celebra el III Domingo del Tiempo Ordinario. Dedicar un domingo del año litúrgico a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios nos impulsa a compartirla para manifestar su riqueza inagotable y la certeza de la esperanza que contiene. La Biblia pertenece al pueblo convocado para escucharla y reconocerse en esa Palabra. El día dedicado a la Biblia no ha de ser «una vez al año», sino una vez para todo el año, porque nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes.