María es, sin ninguna duda, una figura excepcional en la historia de la humanidad. Solo ella es la Inmaculada Concepción, preservada de la impureza del pecado original, para que se convirtiera en la Madre según la carne de Jesucristo, el Hijo eterno de Dios Padre, que gracias a ella llegó a ser verdadero Hombre, «probado en todo, como nosotros, menos en el pecado» (Heb 4,15), asegurando así nuestra redención. Pero quien se constituye en cabeza de familia en Belén con el nacimiento del Salvador no es María. Es José. De modo que no podemos pasar de largo ante él en silencio. Su papel es discreto, pero está muy lejos de ser desdeñable. Por ello, no podemos separar a José de María. (De la Introducción)