«¡Una generación descreída!». Serviría como titular periodístico, pero algo más profundo nos dice que no es así. Puesto que las afirmaciones de este estilo son tan poco verificables como refutables, con frecuencia caemos en la tentación de conducir las aguas a nuestro molino. ¿Jóvenes sin fe? No, sin embargo... Lo cierto es que actuamos suponiendo que nos las hemos de ver con unos jóvenes sin fe; aunque solo sea porque, en el caso de que la tengan, no es como la nuestra. En definitiva, para no complicarnos inútilmente la vida y dado que «nuestros» análisis así lo confirman, el punto de partida del asunto se cierra con la sentencia de que, ante el tribunal de nuestra fe religiosa, los jóvenes aparecen clara y colectivamente como una generación descreída. Caer en semejante tentación multiplica los remordimientos. Antes de nada y pensándolo mejor, porque todos vivimos de fe. Cada cual con la suya; sea esta religiosa, simplemente racional, humanitaria o mera acomodación interesada. Y torna ese «algo» más de fondo para decirnos que, siendo así, hemos de aceptar la revisión constante de y la confrontación abierta con las bases sobre las que cada cual apoya su fe vital. Entretanto, ensimismados como hemos andado durante largo tiempo -y sin negar que los jóvenes vivan una espontánea separación, al menos, de una forma específica de concebir la religión-, la Iglesia se ha alejado de ellos. Da la impresión de preocuparse más por conservar cuanto tiene que por construir un futuro -trabajoso, sin duda- con las nuevas generaciones. "Jóvenes con fe" -este sería el auténtico título del texto- pretende repensar con ellos -y descaradamente de su parte- cuanto decimos que pasa y les pasa con los asuntos de la religión y de la fe.