Toda peste -y la pandemia de coronavirus lo es- tiene un rostro negativo y oscuro, el de la enfermedad y la muerte. Pero también tiene una cara positiva, que es preciso aprovechar. La peste puede convertirse en un aviso, una alarma, un despertador. Esa es una función importante del dolor físico: es el síntoma de una disfunción orgánica. Eso puede ser también la pandemia: el síntoma de una disfunción orgánica a nivel social. La alarma puede despertarnos y sacarnos de una modorra de la que ya ni éramos conscientes, porque estábamos sumergidos en la sociedad del bienestar y del consumismo. La peste también puede tener otra función positiva: sacar de las personas lo mejor de sí mismas. Las situaciones de emergencia obligan a desarrollar la creatividad y a aprovechar todos los recursos disponibles.