Las personas vienen a la fe en Dios, o se apartan de ella, por una mezcla de razones racionales, emocionales, personales y relacionales. Tanto los creyentes como los increyentes deben explorar esas razones. El mejor modo es descubrir y reflexionar sobre sus propias dudas, así encontrarán el fundamento en el que se basan sus respectivas creencias. En primer lugar, debemos hacerlo los creyentes; pensemos que una fe sin dudas es como un cuerpo humano sin anticuerpos; la fe se madura cuando afrontamos las cuestiones que esta nos suscita. Solo los que han dado respuesta a sus propias objeciones adquieren la base necesaria para dar una respuesta razonada y ponderada a las cuestiones que le plantean los escépticos. También los escépticos deben esforzarse en descubrir la razón y la fe que se oculta tras sus objeciones. No olvidemos que todo tipo de duda supone una creencia alternativa; en el fondo, también el escéptico se mueve en el terreno de su propia fe. Dudar de las propias dudas es un ejercicio necesario para buscar auténticamente la verdad.