A la vida de fe ya no le basta, si es que esto pasó alguna vez, con decirse en sus contenidos, porque solo puede decirse verdaderamente cuando estos interactúan con la realidad, mostrando su capacidad para recoger, alentar, discernir, recrear y consumar el mismo movimiento de lo real. Por eso, la fe solo es verdadera cuando, envuelta por el cotidiano fluir de la vida, lo abraza y lo ensancha, sometiéndose a la fragmentariedad dramática de la vida e insertando en ella la esperanza. Esta es la razón de que sea tan importante la lectura de novelas para la espiritualidad cristiana, pues en ellas la vida se expresa en lo que es y no en lo que debiera ser, según el orden que parecemos necesitar para estar tranquilos.