El verdadero meollo de la espiritualidad y la teología de los Ejercicios se asienta en el intenso conocimiento interno del Jesús histórico y en la decisión iluminada y realista de seguirle. El cristianismo, es, en definitiva, una praxis, un modo de vivir dejándose llevar por el Espíritu de Jesús a la manera en que éste lo hizo. El acceso a Jesús no se produce meramente a través del culto, de la ortodoxia o del misticismo, sino por asimilación del Jesús histórico. Evidentemente, se cree, se ama y se espera en el Cristo resucitado y total, Señor de la vida y de la historia: pero, en los Ejercicios, san Ignacio densifica el modo ineludible de comprender y acceder a ese Cristo total: a través del seguimiento del Jesús histórico. Vida histórica de Jesús en la que éste se entregó a Dios y a su causa en favor del hombre, hasta dar la propia vida, envuelta y zarandeada a muerte por el conflicto que contra ella levantaron los poderes religiosos y políticos. Esa vida concreta de Jesús es la que queda confirmada por la resurrección como real existencia del Hijo de Dios. Sólo la contemplación y el seguimiento de esa vida pueden y deben cambiar al ejercitante: la conversión desde otras instancias estará siempre tocada de ambigüedad y necesitará ser verificada en relación al modelo encarnatorio de Jesús y a la realidad de su seguimiento. Desde esta clave se erige todo un universo teológico-vivencial extraordinariamente específico acerca de quién es Dios y cuál su voluntad: acerca de quién es el cristiano y cuáles los objetivos, compromisos y costos que todo hijo de Dios debe asumir al embarcarse en la compañía y el seguimiento de Jesús.