El ataque a la utopía surge desde varios frentes. Sucede algo de lo que ya nos había advertido Juan García-Nieto: "Invocar la utopía como un elemento inspirador para un proyecto social no es algo que esté muy de moda. Vivimos dominados, al menos aparentemente, por la cultura de lo eficaz, de lo pragmático, de lo verificable. En nombre de estas culturas se ha proclamado el 'requiem' por las utopías". Ante tantos embates, la utopía parece retroceder y esconderse entre las bambalinas de la historia. ¿Por qué? ¿No habremos sabido defender con convicción e insistencia que la utopía sigue siendo necesaria como aliento de la humanidad? ¿No habremos fallado estrepitosamente al pretender hacer de la utopía una experiencia vital? ¿No habremos vivido de la utopia, pero sin haber vivido en la utopía? Todo el mundo sabe que García-Nieto ha sido un utópico inasequible al desaliento, animador durante muchos años de un montón de bondadosas causas: sindicalista de Comisiones Obreras cuando era difícil serlo en este país: cristiano testimonial en tiempos en los que declararse cristiano parecía pasado de moda: comunista de los de abajo, de los que han sufrido sin tener poder: libertario en su comunismo: y, sobre todo, amigo de los pobres, de los asalariados, de los explotados, oprimidos y marginados. Él supo ver -y mostrar con su vida y con su obra- eso que para la Compañía de Jesús ha sido el lema y el principio orientador en estas últimas décadas: que el servicio de la fe es inseparable de la promoción de la justicia. Este libro es un homenaje de sus amigos: de quienes compartieron con él tantas luchas, tantos proyectos, tantas esperanzas... y siguen viendo ejemplificada en él la posibilidad de ser utópico cuando tan malos tiempos corren, y no sólo para la lírica...