Hoy, en lugar de hablar de "pedagogía de la oración", se afirma que se debe hablar de mistagogía de la oración: ese camino misterioso que se inicia cuando dos seres -Dios y la criatura- se ponen en contacto, y comienza un conocimiento íntimo, único, sorprendente, feliz... Es tanta la felicidad, que se comprende que no se ha hecho nada por alcanzarla: es algo tan trascedente y supremo, que resulta difícil de explicar, pero que satisface por completo. Lo que sí se percibe es que la fe, la esperanza y la caridad han cobrado nueva fuerza en la vida. Entonces es posible esa disposición fundamental que llamamos "actitud de oración", esa peculiar forma de ser del que ora y que consiste en tomar conciencia de esa misteriosa Presencia y decidirse a responder activamente a ella. Entonces se ilumina la inteligencia, se fortalece la voluntad, se purifican el sentimiento y la sensibilidad, y todas las facetas del ser humano adquiere pleno sentido. Se trata de la Presencia insuperable de un Dios siempre joven. Aunque se llame Jesús, nuestro hermano y hombre perfecto, siempre será -pese a que le denominemos, como el profeta Daniel, el "anciano en días"- el Dios-siempre-nuevo, que une al anciano y al joven en una constatación asombrada: la de la novedad perpetua de Dios.