La resurrección es el corazón de la fe cristiana. Y, sin embargo, no es un misterio fácil de creer ni de aceptar. No lo es porque contradice radicalmente la persuasión, más o menos declarada, que alberga el corazón de todo ser humano: la muerte no tiene remedio. Ni siquiera la del hombre bueno por excelencia, Jesús de Nazaret. Al final, también él terminó en una cruz y en el sepulcro. Así lo piensan muy a menudo creyentes y no creyentes.