Teología en estado puro. Sin concesiones. Con Dios en primer plano. No es habitual encontrar libros y pensadores que sigan confiando en la teología como ciencia imprescindible para adentrarse en el misterio de la realidad. Tampoco es frecuente considerar que la teología puede dialogar al más alto nivel con la filosofía, con las ciencias humanas y con las naturales en la inmanencia de este mundo. De hecho, ninguna otra disciplina del espíritu humano está más preparada para pensar la trascendencia y orientar al ser humano hacia ese «presente último» de Dios, que es el incondicionado fundamento de posibilidad de la vida. Porque, a fin de cuentas, no se trata sólo de entender la vida humana en sus fundamentos naturales y en sus formas sociales, sino también en su ser y en su vocación hacia la verdad, el bien, la justicia y la belleza, ya sea desde la fe (el creyente), ya sea desde la facticidad (el no creyente)