Nicolás Gómez Dávila es una figura que tiene un difícil encaje en el pensamiento contemporáneo, ya que su originalidad le sitúa en un territorio intelectual absolutamente personal y atípico, especialmente enfrentado a los vicios académicos. A la vez, y por contraste, ha construido una obra plenamente actual. Partiendo del desengaño como actitud vital, lo que le iguala a sus maestros Burckhardt, Montaigne y Tucídides, se sitúa en la única posición desde la que es posible intentar una crítica de los grandes tópicos de la cultura moderna: la religión democrática y el nihilismo, el capitalismo o el socialismo. Para no caer en la apologética o en la pedagogía se centra en una genealogía del error que desarrolla en una obra principalmente aforística. Su crítica ácida que le aproxima a Nietzsche o Cioran se aparta, sin embargo, de la desesperación de estos gracias a una ironía aristocrática y una firme creencia en Dios.