Pensar: no hay faena más difícil y evasiva. Todo conspira para que no la llevemos a cabo. Nos da miedo enfrentarnos con la realidad pura y dura. Y mucho más si hemos de hacerlo por nuestra cuenta y riesgo. Sin embargo, la realidad es que siempre se piensa con otros. Hemos de contar con los libros, los amigos, los colegas, los consejeros e, incluso, los críticos y los contrincantes. Pero, seamos muchos o pocos –uno solo, incluso– nuestro único interlocutor es la verdad. Y lo terco del caso es que la verdad tiende a ocultarse, siempre esquiva, como si quisiera no caer una vez más en el equívoco y la ambigüedad. El empeño por desnudar la verdad de sus disfraces y tratar de hacerla resplandecer ante nuestros ojos no es tarea mollar, sino fatigosa y lenta. No todos son capaces de proseguir en ese trabajo de rechazar equívocos y superar apariencias. Para pensar bien, hay que aprender a pensar. Lo cual equivale a no dejarse llevar por los tópicos imperantes. Amar la verdad, cueste lo que cueste, es el único sendero que nos aparta de los tópicos manidos, convencionales, y nos ayuda a librarnos de la sumisión. Por eso, el desafío de pensar equivale a encontrar otro modo de pensar. Y esta es, precisamente, la ayuda que ofrece el libro que el lector tiene entre sus manos.