En nuestra sociedad, marcada cada vez más por el pluralismo intercultural, surge un problema aún más urgente y radical que el de la justicia: la crisis del sentido de vivir juntos. Ante esto la contribución positiva que la religión ofrece parece no encontrar un espacio público. Se tiende a concebir la idea de Dios como opción legítima (o tolerada) de un sentimiento privado. ¿Está destinada la religión a salir definitivamente de la esfera del discurso de interés público? ¿Queda solo resignarse a la exclusión de la referencia a Dios en el comportamiento social de los cristianos?