Hay quienes sitúan la seriedad o gravedad de la ciencia al mismo nivel que su trascendencia social, como si únicamente mereciera reconocimiento científico lo que sehace con el ceño fruncido. Sin embargo, los científicos más importantes de la historia no habrían conseguido sus grandes conquistas sin el estímulo de alguna forma de placer. Uno de los genios del siglo veinte, Alexander Fleming, priorizó la investigación pero nunca se ciñó a una sola actividad ni se dejó absorber sicológicamente por sus proyectos de laboratorio.