Los evangelios son unos textos algo paradójicos. En su sencillez, ya desde la primera lectura, se entienden y cautivan; pero, para entenderlos bien, sue¬len necesitar una explicación. Decía Wittgenstein que le hubiera gustado ser maestro para poder explicar el Evangelio a los niños. En cierta manera, estas páginas obedecen a un anhelo parecido: explicar cómo el Evangelio de Marcos puede ser objeto de meditación para conocer mejor a Jesús. La perspectiva elegida en este libro es la de comentar el texto desde el punto de vista de los testigos presentes en cada acontecimiento narrado. Esta actitud de testigo presencial no es algo ajeno al texto de Marcos, ni algo añadido, si no que este segundo evangelio está escrito desde la perspec¬tiva de quien presencia las acciones de Jesús: la tradición asegura que ese testigo era san Pedro, pero incluso los lugares donde no interviene san Pedro se proponen normalmente desde la perspectiva del testigo.