Las plantas han sido un recurso imprescindible para el desarrollo del género humano. A lo largo de la historia éstas han sido utilizadas para la alimentación de las personas y de los rebaños, para la manufactura de todo tipo de bienes, para la construcción de las viviendas, medios de transporte o para la obtención de energía mediante la combustión. El aprovechamiento de estos recursos se ha efectuado de diferentes maneras a lo largo de la historia, pasando de estrategias de explotación basadas en la recolección hasta una intervención más directa en los ciclos productivos de las plantas mediante la agricultura y modalidades de gestión forestal complejas. La naturaleza orgánica de las plantas ha tenido como consecuencia una cierta invisibilidad de éstas en los contextos arqueológicos, agudizada por la utilización de métodos de recuperación de restos poco rigurosos. Esta pretendida invisibilidad ha llevado a minimizar la importancia real que tuvieron las plantas para las sociedades pasadas y por lo tanto a visiones sesgadas de las estrategias económicas de estas sociedades. La creciente implantación de los estudios arqueobotánicos en la Península Ibérica permite entrever un cambio cualitativo en los últimos años. Estos estudios reflejan tanto los usos diversificados como los procesos de trabajo involucrados en su obtención, procesado y consumo.