Es una reflexión, personal y puntual, sobre una realidad que siempre ha tenido lugar en la historia de la ciencia teológica: la presencia de la mística en el estudio de la teología, incluso de la teología bíblica. Y, además, una presencia en este caso por medio de una mujer monja contemplativa, fundadora y escritora con ribetes en todas estas especialidades de excepcional. La historia posterior así lo confirmaría.