En toda adolescencia se da una voluntad de derribar, de desmontar los ideales de la infancia. Este proceso violento implica un doble sufrimiento: el del adolescente, que debe hacer el duelo de las certezas infantiles, y el de sus padres, que sienten una especie de pérdida de su hijo, en el alejamiento definitivo que él debe imponer para acceder a la edad adulta.