"Por el simple hecho de su presencia en la naturaleza, el hombre impone al cosmos, primero una cierta urdimbre, y después una cierta estructura; el resultado de esta doble condición es la de constituir él, el hombre, en el campo de nuestra experiencia, la porción más significativa y la más preciosa del universo" Un universo: 1º de urdimbre personal, y, 2º de curvatura convergente (lo que viene a ser lo mismo); que es el único medio capaz a la vez del Cristo que adoramos, para recibirle, y del hombre que soñamos, para interesarle; y toda la cuestión por dilucidar para decidir si este universo es el verdadero es saber si el hombre es en la naturaleza un epi- (o un para-) fenómeno, o bien si, al contrario, es el fenómeno. Toda mi filosofía de lo real está en estas líneas". Esas dos frases resumen a la perfección cómo planteaba Pierre Teilhard de Chardin lo que todavía no se llamaba "principio antrópico", y su filosofía entera. Pero ¿puede tener interés filosófico real el leerle hoy? Sí, el de hacernos saber cuáles pueden ser los retos que se nos siguen planteando en el campo decisivo de las relaciones entre "la ciencia y la fe cristiana". Su lectura hoy, pues, será una manera de introducirse en la completud de esa problemática, porque, ¿bastará con la simple actitud cognoscitiva de distinguir bien para dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, que en estos últimos años parece haberse adoptado? Esta lectura nos ayudará a ver la complejidad de esa problemática; una problemática en la que seguimos jugándonos el futuro de la fe cristiana. Teilhard lo vio muy bien. Y aquí debe darse una respuesta no de parcialidades, sino completa y unificada, una respuesta de filósofo.