La Iglesia «no puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de sus errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes». Ahí está la historia del pecado, que es siempre ruptura y ha producido la dolorosa división de los cristianos. También hay que recordar los métodos contrarios al Evangelio, especialmente los de intransigencia y violencia; asimismo las responsabilidades presentes que tenemos los cristianos en la atmósfera cultural de indiferencia y secularismo, en el campo ético, las incertidumbres y desviaciones en la vida espiritual y en la rectitud teologal de la fe, la falta de testimonio individual y colectivo al servicio del hombre, etc. Heredamos el pasado en sus valores positivos y en sus limitaciones, pero ahora somos todos los creyentes en Cristo los que estamos tejiendo el presente y preparando el futuro con nuestro comportamiento. Por eso, el examen de conciencia es, en la Tertio millennio adveniente, como el sistema nervioso que quiere transmitir la nueva sensibilidad y el estímulo para la respuesta de todo el cuerpo eclesial en este tiempo de gracia y salvación. Esta reflexión sincera interesa a los católicos conscientes, para que les haga más responsables de la comunión y misión eclesiales; a los que se confiesan católicos no practicantes o eclesialmente desafectos, para que conozcan las intenciones sinceras de la Iglesia y ellos mismos se sientan invitados a hacer también examen de conciencia; a los no católicos, que no se fían de la Iglesia por sentirse escandalizados de ciertos comportamientos, para que la contemplen no como el que ve las vidrieras del templo desde la calle, sino desde el interior, en ese espacio al que llega la luz del Evangelio interpeladora para todos, pero a la vez cargada de promesas que no pueden verse frustradas en la medida en que la respuesta sea comprometida y fiel.