Rafael, joven de distinguida familia burgalesa, alma fina y exquisita de artista y de poeta, descubrió un día a Cristo y se enamoró de él. Tratando de darle alcance, «dejó todo» y se fue a la Trapa de San Isidro de Dueñas. Allí murió, a los 27 años de edad, en 1938. Fue beatificado por Juan Pablo II en 1992. El Hermano Rafael tiene el carisma de una espiritualidad al mismo tiempo profunda y sencilla, que conecta con la fe simple del pueblo de Dios y con lo que la gente vive más allá de las complejas doctrinas. En su amor y en su dolor, en su espontánea alegría y en sus penas silenciadas, refleja en gran medida eso que ocurre en lo íntimo de todo corazón que simplemente está vivo, con la particularidad de que él lo vive y expresa en el marco de una intensa experiencia espiritual.