La Monja Concepcionista está llamada en la Iglesia a ser el prototipo de la nueva creación. Está llamada a ser desde el Monasterio la restauradora de la imagen santa que Dios quiso para el hombre y su destino a la santidad, que fue salvado en María Inmaculada, «modelo de todos los redimidos». Desde el Monasterio, la Monja Concepcionista, imitando a María, que guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón, vela desde el silencio para que a las mujeres y los hom-bres del tercer milenio no les falte el vino mejor, el vino de la gracia, el de la amistad con Dios, no el vino que se bebe en abundan-cia, que son las cosas fáciles que nos ofrece el mundo de hoy. Está llamada desde el silencio del claustro a reconfortar «el desierto de los corazones de los hombres», se adelanta con su oración y súplica antes incluso que el hombre formule su petición, está en vela, como el centinela se queda y no cesa de rogar al Dios Padre y eter-namente misericordioso para que el hombre retorne a sus raíces santas, donde únicamente todos encontraremos la paz que no pasa... la serenidad de un lago en calma... la estabilidad de la roca... porque estaremos sobre la roca firme, que aunque vengan las lluvias, los vientos fuertes, no nos tambalearán, porque nos agarraremos con fuerza a la roca que nos talló (Is 51,1). SOR MARÍA ALAMBRA (Abadesa)