Si nos preguntaran quién es Alejandro Selkirk, pocos podríamos responder. En cambio, casi todos sabemos quién es Robinson Crusoe, el náufrago de ficción creado por el escritor británico Daniel Defoe hace tres siglos, inspirándose precisamente en la azarosa vida del marino escocés que terminó por dar su nombre a la pequeña isla del Pacífico, donde fue abandonado en 1704 por sus compañeros corsarios tras un amago de motín, y donde se vio forzado a sobrevivir durante cuatro años.
Diana Souhami, en esta biografía que acaba de ganar el Premio Whitbread 2002, traslada al lector a las islas de Alejandro Selkirk y Robinson Crusoe, que forman el archipiélago Juan Fernández, en el océano Pacífico oriental, a 34º de latitud sur y a unos setecientos kilómetros de la costa de Chile. La vida de Selkirk, hombre de familia humilde, que fue a parar a un Londres portuario, repleto de bucaneros, sinvergüenzas y empresarios sin escrúpulos, permite a Souhami emprender este magnífico relato de las expediciones piratas que cruzaban todos los mares a finales del siglo xvii en medio de guerras, rivalidades y escaramuzas de toda suerte. El contraste de ese ambiente canallesco con el paraíso natural de la isla de Selkirk es el trasfondo en el que se inscribe este aspecto poco conocido de la historia. Selkirk fue rescatado por un barco pirata y, de regreso a Londres, escribió el libro que permitió a Defoe conocer de primera mano al protagonista real de la historia de su genial Robinson Crusoe de ficción.