La transmisión de la fe se ha convertido en el centro de las ocupaciones y de las preocupaciones de nuestras iglesias occidentales. Bajo esa expresión se condensa lo mejor y lo peor de la actual sensibilidad eclesial y pas-tora: de lo peor, porque en muchos ocasiones se vive con agobio, tristeza o impotencia; de lo mejor, porque es el aliento de los proyectos evangelizadores más creativos e ilusionantes. La transmisión de la fe es más que ocupación o preocupación de las comunidades eclesiales. Hace falta una reflexión serena y de largo alcance pa-ra saber exactamente de qué se habla cuando se coloca la transmisión de la fe como eje de la agenda eclesial y pastoral: reflejar la originalidad de la fe como gozo del evangelio.